NIÑOS A LA ORILLA DEL MAR

Hoy les voy a narrar una historia sobre este fantástico cuadro de Joaquín Sorolla, que se remonta a muchos años atrás.

La playa es llamada la Playa de los Locos y se encuentra en Alicante, España; sus aguas son cristalinas y bastante fresquitas, la verdad. Estos niños que aparecen en el cuadro hacen honor al nombre de la playa, pues estaban locos por darse un refrescante baño. Los tres eran hermanos, y sus nombres eran Samuel, Juan y Eva. Eva era su hermana mayor, que a petición de su madre, les estaba vigilando. No estaba conforme en que sus dos hermanos se bañaran desnudos (no le parecía muy normal), pero ellos eran pequeños y no quisieron ponerse el bañador, solo pensaban jugar con la arena y chapotear en el agua.

Ellos vivían en Segovia y claro, allí no hay playa, por lo que estaban deseando que llegaran las ansiadas vacaciones de verano, ya que su padre les había prometido que si sacaban buenas notas, irían a pasar unos días a la playa, pues ellos no conocían el mar. Así que pusieron mucho empeño y esfuerzo y ese año sacaron unas excelentes calificaciones.

Eva era una niña obediente y responsable, al contrario que sus hermanos mellizos, Samuel y Juan, que eran traviesos y bastante inquietos. Eva pidió a su padre que por favor le comprara un bonito sombrero, pues a ella el sol la perjudicaba bastante al ser de piel muy clara y quemarse con mucha facilidad por los fuertes rayos de sol. Su padre no lo dudó y le compró un bonito sombrero en un bazar cercano al hotel donde se alojaban. Su bonito vestido rosa se lo había confeccionado su madre María, que era una costurera excepcional.

Ese día fue inolvidable. Pararon a dejar sus maletas en el Hotel Arena y se dirigieron a pasar un bonito día de playa. Antes de llegar, tomaron un desayuno muy nutritivo. Sus hermanos siempre peleaban por ser los primeros en llegar, pero Eva ejercía de madre y siempre ponía paz en sus peleas. Luego pensaron en qué comerían, y como a todos les gustaba la paella, su padre no se lo pensó dos veces y reservó mesa en un bonito restaurante junto al mar. Se dirigieron veloces como si el mar fuese a desaparecer en momentos y se dieron un baño magnífico.

- ¡Cómo apetece refrescarse en el agua! - decían los niños.

Era agosto y hacía un calor asfixiante. Eva no les quitaba la vista de encima, pues sus hermanos eran muy traviesos, el mar estaba algo revuelto y a ella le asustaban las olas. Mientras, ellos se divertían alegres y juguetones sin importarles los peligros que pudieran rodearlos. Juan le decía a Samuel que salieran un rato y jugaran a hacer castillos en la arena, pero Samuel estaba como pez en el agua y le encantaba ver su sombra reflejada en la arena; él disfrutaba haciendo montoncitos de arena y viendo cómo las pequeñas olas que se acercaban a la orilla, los arrastraban. Eva estaba fascinada contemplando el inmenso mar. Era feliz: el sol calentando su piel, la brisa acariciando su ropa... Era una escena de diversión y felicidad mientras sus padres, tranquilos, tomaban un refresco sentados a la orilla del mar. Eva sujetó su delicado sombrero, alzó la cabeza al cielo e imaginó poder detener el tiempo e inmortalizar este momento.

Sería un cuadro magnífico para contemplar.