EL VIAJE DE VUELTA

Una historia sobre las idas y venidas de la vida

“Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”,  Henry Miller

En esta historia veremos cómo el destino de un viaje no es tan importante como el viaje en sí.

Mi trabajo siempre había sido sencillo: llevar a gente de un lado al otro del Loira. Resultaba aburrido hasta para mí, un hombre simple, sin demasiadas aspiraciones, pero al fin y al cabo era un trabajo. Dentro de la monotonía de idas y vueltas diarias, comencé a conocer a la gente, a interesarme por sus vidas e incluso a desarrollar cierta empatía por los constantes desconocidos que se subían a mi barca, la mayoría jornaleros que iban diariamente a la otra orilla a trabajar, pero de vez en cuando recibía alguna peculiar visita que me alegraba la mañana.

Recuerdo la vez que llevé a un joven de unos 27 años. Iba vestido con una gabardina negra y fue bastante simpático conmigo, pero no pude evitar notar un tono de nerviosismo en su voz. Cuando le dejé en su destino, se apresuró a coger una bicicleta apoyada en un poste eléctrico. Minutos después, una patrulla de policía me advirtió de la presencia de uno de los bandidos más famosos del país al que andaban persiguiendo. Por los nervios del momento, no dije nada, pero hoy en día puedo decir que llevé a un famoso delincuente en mi barca.

Como esta tenía mil historias. Peculiares señoras que viajaban con sus mascotas, hombres estrafalarios que trabajaban en el circo (en temporadas de circo) o famosos de todo tipo (no siempre delincuentes); ya formaba parte de la rutina. Hasta que un día otra persona se sumó a la lista…

Una mañana de marzo, una joven perdida apareció en la orilla este del río. Tras dos o tres viajes seguía viéndola, de pie, como esperando algo. Fue entonces cuando le pregunté si necesitaba algo, si requería de mis servicios. La joven se acercó, se subió a mi barca y comenzamos el trayecto. Era un trayecto corto (veinte minutos aproximadamente), pero se me hizo especialmente largo, y no por la falta de conversación precisamente.

No dejaba de mencionar lo bonito que era el río y el paisaje que lo rodeaba. Todas las mañanas esperaba verla, ahí de pie, esperándome para llevarla a su destino. Con el tiempo me contó que pintaba, y por lo que pude comprobar era algo que se le daba muy bien. Siempre iba con su libreta a todos lados, cogiendo notas de esto y de lo otro. Eso era algo que me gustaba de ella, aparte de su pelo rizado, su contagiosa sonrisa y su gran creatividad y carisma ante la vida. No parecía de esa época.

Pero mi alegría no duró demasiado. Unos meses después dejó de venir, sin darme ninguna señal. Poco a poco dejé de esperar, hasta el pasado Domingo…

Han pasado 30 años, ya estoy jubilado y vivo en el ajetreado París de 1920. Un domingo como cualquier otro, tratando de escapar del ruido, visité una exposición de cuadros vanguardistas del momento, y me vi (literalmente) reflejado en una de las obras.

Tras preguntar por la misma, descubrí que no se sabía demasiado de la autora, pero yo la conocía mejor que nadie. Visité todas las direcciones que me proporcionaron en la exposición y nada, ella se había esfumado. No sé si viajó en el tiempo o a lo largo del mundo, pero compré la obra y guardé la historia para mí, por si vuelve a buscarme o no vuelvo a verla jamás. Seguiré esperándola, pero esta vez sin barca, para acompañarla en su viaje de vuelta.

 Para leer más:

·        https://blog.duran-subastas.com/gustave-caillebotte-el-impresionista-que-cuidaba-los-jardines/ (sobre el autor)

·        https://www.20minutos.es/fotos/cultura/los-caillebote-grandes-desconocidos-del-impresionismo-frances-7337/5/ (sobre la obra)

·        https://www.pariscityvision.com/es/giverny/el-impresionismo (sobre el estilo)